Mis ojos te penetraron
hasta la hondura de tus propios
miedos.
Temblaste.
Te apoyaste
contra la pared vertiginosamente
pintada por otros
desvelos.
Te volví a mirar
hasta licuarte
los recuerdos.
Luego giré sobre mis pasos
(vos ya sabías que me perdías)
y arrojé tu sombra
contra el catamarán
anclado tres metros
debajo de nuestra desnudez.
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