El rugir de las fauces nocturnas
estremece y dilata las cansadas
pupilas.
Boca abajo sobre el caliente suelo
de un territorio que no reconoces
se dibuja tu rostro
bosquejando
en el silencio que te rodea
la apergaminada
sombra de ti mismo ,
de aquél que llegarás a ser
si no derribas a golpes de cantos
esa misma miseria que
los días oscuros fueron depositando
sobre la cristal levedad
de tu primera
inocencia.
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